¿Qué significa ser psicólogo?

Pensando en la consciencia y sus consecuencias y buscando un ejercicio calistécnico para mi mente en esta temporada de transición donde abunda la poca ocupación y en la que mis estudios aún no empiezan, me he cuestionado acerca de mi profesión. Este año cumplo 25 años desde que me titulé como Psicólogo y me gustaría compartir, en la medida de mis posibilidades, lo que significa hoy para mí recorrer este camino y estudiar los procesos mentales.


Claro está que el paso de todo este tiempo ha servido para clarificar las cosas pero también para confundirlas. Creo que esto que me pasa es una de las consecuencias de mi profesión: suelo pensar lo más holísticamente que puedo, adoptar la perspectiva del otro, razonar desde lo que pasa en el entorno y eso, generalmente, me provoca grandes confusiones y no pocos dolores de cabeza. En ciertas circunstancias lo que a un individuo le resulta gratificante y enalteciente, para otro es lo contrario, es más, con el paso del tiempo puede ser que para un mismo individuo lo que antes le era precioso, pierda su oropel y se vuelva banal o, inclusive, le resulte repulsivo. Como bien dijo Borges, si me dan suficiente tiempo, seguro llegaré a contradecirme. 

Es que eso de estudiar La Mente así, con MAYÚSCULAS, no existe. Estudiamos tantas mentes (minúsculas o grandes, pero todas únicas) como podemos. Vamos descubriendo que eso que las hace maravillosas contiene un tanto de unicidad y otro de generalidad, un poco de común acuerdo y otro de inalcanzable separación, un tanto de significante yo y otro de común difuminación en la masa.

Creo que la labor del psicólogo debería iniciar siempre con una brutal candidez y asertividad al reconocer que sabemos bien poco, casi nada, de los profundos laberintos de la psique.

Se intenta, claro, se buscan aquellas características comunes que se vuelven fragmentos del espejo humeante de Tezcatlipoca, en los que se vislumbra otra parte del ser. Luego quizá pueda sentir que ya sé quién soy y lo que quiero y, unos días más tarde, cambia el viento, alguien llega o alguien se va, se gana o se pierde y lo que era un temible ejército invasor se convierte apenas en un reflejo y me sorprende pensando: “¿cómo me tenía tan angustiado esa tontería?”. Perspectiva, cada dolor y alegría fueron relevantes en su momento.

Esa es otra dificultad del oficio, mientras se va estudiando la mente en el presente y se analiza la fotografía tomada, el implacable tiempo sigue adelante y esta lumbrera de la psique del individuo y su topología sigue transformándose y mutando por lo que si uno demora mucho en el análisis, ya quizá se necesite una nueva imagen y a volver a empezar. Es que el hombre, según Ortega y Gasset, es él mismo y su circunstancia. Quizá habrá que conformarse con señalar trayectorias y patrones. Así como al observar una danza primitiva y alucinante, el identificar un solo paso podría ser poco menos que imposible, si se mira con apertura el conjunto de movimientos podría revelar su elocuente cadencia e irnos filtrando una mejor idea de los bailarines y su esencia. 


Y todo esto sin mencionar los cambios que todo contacto humano provoca en mí mismo. Es imposible vincularse y no cambiar. Es imposible acompañar sin vincularse... y sería terrible hacerlo así. 


Eso me hace pensar en otro conflicto: es imposible no influir. No hay observadores imparciales, estamos todos en el escenario. Así como los electrones de la física cuántica, el terapeuta, el coach, el consejero genera un hálito gravitacional en su cliente sobre el cual éste último reacciona, se empata y se comporta de acuerdo a sus fantasías y creencias sobre el terapeuta.  Nuestra masa y su gravedad afectan siempre las decisiones y percepciones de los demás. Ojalá encontremos la manera de que sea hacia mejor.

Luego la cosa se sigue complicando si pensamos en la intrínseca conexión que nos une a todos, que hace que nos correlacionemos y reaccionemos de acuerdo al uno como persona y en su momento pero, al mismo tiempo y con gran energía, también con respecto a lo que el grupo en que nos encontramos quiere y desea, activa o desactiva en nosotros. Nunca es más cierta la máxima rogeriana que nos dice que “yo no soy sino en el otro”. Soy en el otro y para el otro y el otro es en mí y para mí; todo va conectado con todo.


Y todo esto sin aún haber hablado del espíritu y sus corrientes de influencia...


Quizá no he respondido eso de qué significa ser psicólogo, pero espero por lo menos haber puesto sobre la mesa algunas de sus complejidades. Soy de una generación que comprendía el fenómeno de la psicología desde las ciencias sociales. Sé que hay otros ángulos, pero es éste el que conozco. 


¿Ser psicólogo me hace más feliz o desgraciado? No lo sé. En el fondo hay una vocación y una intriga, una curiosidad constante y atractiva que me impulsa a preguntar y querer comprender. Soy, a fin de cuentas, un hombre que mira por la cerradura del tiempo, quiere abrir la puerta; un observador que quiere comprender, no para ser árbitro o juez, sino para entrar al campo y sumarse, para entrar al círculo y bailar con la tribu. 

El psicólogo es quizá ese delfín que nada en la superficie del océano, retoza, respira consigo mismo y con los otros y luego desciende a los abismos del mar inconsciente en busca de la perla de sabiduría que le ayude a comprender. Quizá esto es lo más aproximado, el psicólogo es ese que quiere comprender.

Ya para terminar quisiera compartir lo que me pasó hace ya muchos años. Estando en los últimos años de la preparatoria un mal consejero, después de jugar con pruebas y entrevistas, ante mi interés en ser psicólogo me dijo de forma despectiva que por lo único que quería dedicarme a esta ciencia era para buscar entenderme. Hoy, más de 30 años después puedo decir con total franqueza que sí: quiero ser psicólogo para entenderme un poco mejor. Para reconocer los vínculos que me unen con mis semejantes, para explorar los bordes y sus  consecuencias, para poner al servicio de mis congéneres lo que alcance a saber y, con un poco de suerte, encontrar una pregunta que valga la pena responder.

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Este es para mí el camino del psicólogo: el de un buzo que se une al otro y baja a explorar junto con el otro, hasta donde la línea les permita, los mares inconscientes, sus mareas y naufragios, sus oleajes y tesoros. Vamos rescatando pequeños fragmentos con los que conformamos este hermoso mosaico que es la vida misma.


Con cariño,

Francisco Monterrubio


Ciudad de México, a 19 de enero de 2021

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