2020: el año de las paradojas

Impredecible. Hace un año que estaba haciendo mi ejercicio reflexivo y proyectivo sobre este 2020 que está por terminar plantee varios hitos y me fijé diversas metas como suelo hacer. Fallé en todas. No tenía ningún parámetro para saber el tamaño de lo que se avecinaba: un año impredecible, cabrón y muy generoso. Estuvo tan lleno de paradojas que necesito contarlas para saber que sí pasaron.

Esta foto resume como como comenzó. Ante el miedo al COVID19 me encerré voluntariamente y sembré de púas mi alrededor. Se volvieron comunes los cubrebocas, los geles, los desinfectantes y el andar descalzos por la casa. Se volvieron escasos los encuentros, los abrazos, las comidas fuera y los encuentros casuales. 

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Se alejó quien no vivía en mi casa (estaban fuera del muro) y se exacerbó la convivencia. De pronto me metieron en una caja de resonancia que amplificaba cientos de veces todo: las risas sonaban a carcajadas, los llantos a lamentos lastimeros, los enojos a ira y los miedos se volvieron terroríficos espectros detrás de la cerca. Si algo debía, los intereses se desorbitaron, si algo había ahorrado, los réditos pagaban al mil por uno. La convivencia con mi familia, las tardes de lectura, la infraestructura tecnológica se volvieron baluartes, la falta de espacio, el constante encuentro que nos hacia chocar, la falta de amortiguadores sociales para asimilar la vida y convivencia me hacia tener las emociones a saltodemata. Luego fui entendiendo que así sería la cosa, que la emergencia era la regla y que la nueva realidad se perfilaba en esos términos. No lo sabía bien a bien pero el camino del héroe había comenzado. En esta ocasión la ruta me impelía a ir al Mictlán. Para poder entrar en la tierra de los muertos había que primero desprenderme (o ser arrancado) de todo lo que no era esencial en el viaje: mis ropas de trabajo, mis habilidades mas naturales de interacción, mis relaciones casuales, mi espacio personal, mi salud, mi trabajo y su estatus y, al final casi la vida. Los afilados molinos fueron desgarrando y haciendo girones mi ego y sus ilusiones. Hoy con humildad veo la calaca que queda y me pregunto por mi esencia. Bebo agua, respiro profundo el olor a tierra, siento la fría caricia del aire de invierno y dejo que el sol me conforte. Oigo a lo lejos las voces de mi hijos y me imagino que este año tuvo dos ceros (2020) en su nombre y que cada uno fue una puerta. El primer cero me dejó entrar en la madriguera del conejo y caer por mi mundo interior. Ha sido, por mucho, el año mas encerrado y al mismo tiempo, en el que más salvaje ha sido el viaje. Hoy que estoy a unas hora de salir por la segunda puerta me siento tan vacío y frágil como nunca creo haber estado en mi edad adulta. Me siento tan rico y fuerte como nunca he estado en mi vida. Estoy tan solo y desconectado y al mismo tiempo tan lleno de amor y compañía. Tan falto de planes y tan emocionado por esta inusitada libertad. Tan asustado porque nada ha acabado y al mismo tiempo tan lleno de esperanza. Puras paradojas en este año circular. Y hay una postdata a esta extensa carta a todos y a nadie: el ‘21 es el año del triple 7 que, dicen los cabalistas, es el número perfecto. Una triple corona:La del llanto por los que se fueron y los que hoy sufrenLa del que ya sin nada que perder se sabe vivo y superviviente La del que ha dejado que la mano firme del Alfarero me amase nuevamente, me reforme y reconstruya. Con estos saberes y dolores te deseo a ti, que me has acompañado en esta travesía, a ti que también te vaciaste de tu ego, a ti que también te forjaron en los terribles fuegos del yunque celeste que todo lo que llegue en este nuevo ciclo se Verdadero, Bueno y Bello. Sean nuestro huesos blanqueados a cal y mezcal el esqueleto del indispensable hombre nuevo que este nuevo mundo necesita. Que el camino que inicia en este año uno sea el que nos lleve a la mejor versión de nosotros y nos permita volvernos a encontrar.

Con todo mi cariño,

Francisco 

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La cultura en los tiempos del Coronavirus. ¡El fin está cerca!